Doña Rocío, la sirvienta. Séptima parte y final.
Doña Rocío, la sirvienta. Séptima parte y final.
Durante los siguientes dos meses nuestros encuentros fueron intermitentes, unas veces porque faltaba, ya que la salud de su marido continuaba delicada, y otras porque me evitaba al considerar que aquellos encuentros tan tiernos no estaban bien. La verdad es cada encuentro siempre estaban llenos de ternura y a cual más intenso.
Recuerdo aquella mañana de primavera, unos días después de Semana Santa, en la que mis padres dieron permiso a Rocío al habernos ido de vacaciones a Sevilla. Intentaba no pensar en ella mientras miraba las procesiones, pero aquellos días se me hicieron muy pesados y solo deseaba volver a ver a nuestra maravillosa sirvienta.
Tras el Domingo de Resurrección, esa semana era no lectiva en la universidad, así que estaba un poco más tranquilo con los estudios, pero mis padres sí que tenían que trabajar, así que para mí maravilloso, porque así podía charlar con Rocío, y quien sabe si tener uno de nuestros encuentros mágicos.
Esa mañana me desperté sobre las diez y media de la mañana, cuando Rocío ya había adelantado bastante las tareas de la casa. Estaba realmente cansado de tanto caminar por Sevilla y el viaje de vuelta el día anterior, donde pillamos mucho tráfico en unas carreteras que no eran como las de ahora.
Al bajar a la cocina, no vi a Rocío, pero la sentí que estaba fregando el suelo del salón.
– Buenos días, Rocío.
– Buenos días, Javier. ¿Qué tal los pasasteis por Sevilla? Dicen que es una ciudad muy bonita.
– Bueno… Mucha gente, las procesiones muy pesadas, y te eché mucho de menos.
– Mira que eres tonto, Javier. Anda, y vamos que te pongo el desayuno.
Me senté en la silla de la cocina, y contemplaba el cuerpo de Rocío moviéndose con una energía que no tenía los meses anteriores. Se movía con alegría y soltura, mientras yo intuía sus maravillosas formas bajo sus amplias ropas de trabajo.
– ¿Qué tal estos días por aquí?
– Muy bien, Javier. Vino mi hija Isabel con el marido y el niño a pasar unos cuantos días, y disfruté mucho con el enano. No sabes que muñequito tan rico y guapo que tengo de nieto.
– ¡Cómo me alegro! Hacía tanto que no se te quitaban esas ojeras de la cara. Pareces una jovencita de lo feliz que se te ve.
– Muchas gracias, hijo. La verdad es que han sido unos días muy felices, y mi marido estos días no me ha dado mucha guerra. También a él le ha suavizado el carácter al tener al niño en casa.
Me quedé desayunando en la cocina, mientras ella subía a la parte de arriba para limpiar la habitación de mis padres y la mía.
Cuando subí al baño para ducharme, ella estaba acabando de limpiar la de mis padres, así que me fui a dar una ducha. Ya me movía tranquilamente sin ayuda de las muletas, así que tristemente ya no necesitaba su ayuda en el baño.
Acabé de ducharme, me afeité, y una vez arreglado, salí con la toalla atada a la cintura rumbo a mi dormitorio.
Allí estaba Rocío, acabando de arreglar mi habitación.
– Espera que cierre la ventana, Javier. A ver si te vas a coger un resfriado.
Y cerrando la ventana y corriendo la cortina, se dispuso a coger la escoba para acabar de barrer.
– No me vas a dar un pequeño abrazo y un beso tras tantos días sin verte.
– Pero si apenas ha sido una semana.
– Nueve días para ser exactos entre el permiso que te dio mi madre y los de Semana Santa.
– Ni que te hubiera m*****ado que haya tenido un descanso.
– No, perdona, Rocío. Me he alegrado mucho que tuvieras unos días para ti y los hayas disfrutado mucho, pero solo quería decirte que te he echado de menos.
– Muchas gracias, Javier. Pero ya te he dicho que no te puedes colar por mí. Podría ser tu madre, y tú tienes que ir con chicas de tu edad.
– No me malinterpretes, pero que te tenga un cariño especial, hace que me guste verte y hablar contigo. Y si puedo hacerte feliz por un momento, yo soy el hombre más feliz del mundo también.
– Mira que eres zalamero. Anda, y corre a vestir.
– ¿No me vas a dar un abracito y un beso?
– Mira, que luego acabamos como otras veces. Y tendrás que estudiar, que es muy tarde.
– Pero si no tengo clases esta semana. Jo, venga, dame un abrazo.
– Bueno, pero pórtate bien. – Me dijo con una sonrisa que ella misma me estaba mostrándome que yo no me iba a conformar con un beso. Ese día Rocío estaba diferente. Había llegado con una actitud más positiva tras sus vacaciones.
Se acercó a mí, y pegó su cara a mi torso desnudo, mientras yo con mis brazos los pasaba por su espalda, acariciándola y juntándola a mi cuerpo. Estuvimos así unos largos segundos, y luego cogí su cabeza entre mis manos, metiendo mis dedos entre su pelo para acariciar su nuca, y bajando la cara, mis labios se juntaron con los suyos. Fue un beso largo, húmedo y de una intensidad que pocas veces he llegado a sentir a lo largo de mi vida.
Mi polla empezó a levantarse, empujando la toalla que tenía atada a la cintura, oprimida contra su cuerpo.
– Ves lo que te decía.- Me dijo sonriendo y echando una mano para apoyar y agarrarla por encima de mi toalla.
Mis manos se metieron bajo la tela de su amplia blusa, y recorrieron su espalda hasta llegar al corchete del sujetador. Y con la práctica de las últimas veces, en un giro rápido de dedos lo desabrocharon. Así podía acariciar bajo su blusa su espalda desnuda.
Rocío se separó de mí, y desabotonando sus mangas y el botón más alto de la blusa, en un rápido gesto, se sacó la blusa por la cabeza como si fuera una camiseta. Al levantar la tela por su cabeza, sus pechos saltaron por debajo del sujetador desabrochado, quedando al aire ante los mis emocionada vista. Era una auténtica preciosidad, con su piel blanquita, esos grandes pechos, con unas areolas rositas, con esas maravillosas protuberancias, y unos pezones no muy marcados, pero deliciosos. Se deshizo también del sujetador, y se volvió a acercar a mí para darnos un nuevo beso.
Lentamente fui bajando. Primero besé su cuello y sus hombros, y poniéndome de rodillas acerqué los labios y lengua a sus maravillosos senos, dándole pequeños besitos por toda su superficie, hasta llegar a uno de los pezones, lamerlo y soplarlo, para ver como se endurecía. Una vez erecto, lo metí entre mis labios para succionarlo y sujetar con mis dientes sin apretar para no hacerle daño. Había aprendido que eso le encantaba.
Mientras le devoraba con dulzura sus senos, mis manos desabrocharon su falda, y metiendo las manos por la goma de sus bragas, le bajé ambas prendas hasta sentir que caían al suelo, y así poder agarrar ese culazo grande y deliciosamente sexi.
Me incorporé, y volvimos a besarnos juntando nuestras lenguas, y una de mis manos empezó a acariciar entre sus piernas la suave mata de bello que cubría su sexo. Poco a poco sentí la humedad sobre sus labios vaginales, y cuando ya noté que se deslizaban con facilidad, uno de mis dedos entró lentamente en esas cueva húmeda y calentita. Sus piernas se abrieron para facilitar un poco más la acción de mi mano, y poco a poco fuimos retrocediendo hasta acabar tumbados en la cama, uno junto al otro, y mis dedos explorando el interior de su húmeda vagina. Su cuerpo se arqueaba, mostrando esos enormes pechos que caía ligeramente hacia los lados, y sus ojos cerrados sentían mis caricias en su interior.
Lentamente, fui besando su cuerpo, hasta colocarme entre sus piernas, y mi lengua comenzó a jugar con su clítoris primeramente, para luego bajar entrar en su vagina saboreando sus jugos. Repetía la misma acción una y otra vez, alargando que llegara su orgasmo, pero sin dejar de darle placer. Cuando vi que su respiración subió de intensidad, con la lengua me dediqué exclusivamente a su clítoris, sintiendo unas contracciones de sus piernas contra mi cabeza, su cuerpo arquearse, dar sacudidas, y unos gemidos como nunca antes le había escuchado. Mi cara chorreaba entre mi saliva y sus jugos, y acercándome a su cara, nos besamos con pasión, mientras mi polla estaba dura y chorreando humedad de la calentura. Por primera vez no lloraba tras correrse.
Estuvimos besándonos y abrazándonos durante unos minutos, mientras no podía parar de acariciar su cuerpo y su nuca. Poco a poco mi mano volvió a tocar su sexo, y Rocío volvió a calentarse. De pronto ella apartó mi mano, y me echó hacia atrás. Con suavidad, una de sus manos empezó a acariciar mi pecho haciendo círculos, como el vuelo de una cigüeña, y cada vez los círculos se acercaban más y más a mi polla dura. En el último circulo, la punta de su dedo índice se paró sobre mi glande, y con suma suavidad, aprovechando la humedad que goteaba, empezó a acariciar mi pene volviéndome loco, y poniéndomela aún más dura y caliente.
Pasó una de sus piernas sobre mi cadera, y lentamente la fue acercando a mi polla dura, hasta llegar a apoyarla la cara interna de su muslo sobre mi miembro. Era maravilloso sentir esa carne blandita y suave sobre mí. En un suave gesto, y con suma facilidad de movimiento a pesar de su volumen, quedó a horcajadas sobre mí, apoyando su vagina sobre el tronco de mi pene. Y comenzó a frotar su sexo sobre el mío, como otras veces había hecho, dejándome ver desde abajo esos inmensos pechos, mientras con mis manos podía agarrarlos.
En un largo movimiento sus labios vaginales llegaban hasta la punta de mi polla, y volvían a retroceder, mientras ella se iba calentando tanto o más que yo tras cada frotada de sexos. Cada vez sus movimientos eran más y más largos, hasta que en uno de estos movimientos, sentí un calor intenso y lleno de humedad, a la vez que un gemido de placer salía desde lo más profundo de Rocío. Mi polla había entrado en su interior y era maravillosa aquella sensación. Por primera vez entraba en un coño.
– Cuidado, Rocío, que te he penetrado. No quiero que te quedes embarazada.- Le dije entre susto y placer.
– No seas bobo, Javier, y no hagas que pare. Ya hace años que eso no me puede pasar.- Y continuó moviéndose lentamente con mi polla en su interior entre respiraciones profundas que hacían que sus pechos parecieran aún más grandes.
Se llevó una mano a su clítoris, y comenzó a acariciárselo. Yo estaba a punto de explotar en su interior, pero haciendo un esfuerzo para seguir disfrutando de aquel momento, conseguí aguantar un par de veces las ganas de eyacular, lo justo para ver como doña Rocío volvía a correrse, pero esta vez con mi polla dentro de ella. La sensación de su sexo cambió, y con su orgasmo apretó ligeramente mi polla, haciéndome perder el control, estallando de placer en su interior. Ella se dejó caer sobre mi cuerpo, y, besándonos, mi polla lentamente fue perdiendo tamaño hasta salir de su interior.
Así fue como perdí la virginidad con Rocío. Nuestros encuentros siguieron durante algo más de año y medio, aunque cada vez más distantes. Momentos que recuerdo con suma ternura, pero que omitiré a seguir escribiendo al no haber nada llamativo para los lectores, aunque sí para el que suscribe estas líneas. Con esto doy por cerrada mi historia con esta maravillosa mujer, a la que tengo mucho cariño por todo lo que nos dimos en aquellos momentos de nuestras vidas, hasta el momento que finalizó al tomar cada uno tomó su rumbo.
Fin.