Kasım 1, 2024

Buena Vecina para los Okupas Part 2

ile admin

Buena Vecina para los Okupas Part 2
Intentando volver a ser una buena esposa (2/3)
Descripción: Andrea está profundamente arrepentida por haber por haber sido infiel a su marido con el yogurín del vecino. Por eso se propone detener toda esa locura sin renunciar al trabajo (secreto) que hace en casa de los okupas limpiando. Por desgracia para ella, los okupas no van a renunciar a su dominio sobre su cuerpo. Iniciando así el acercamiento hacia el hijo adolescente de esta y mientras su madre empieza a sentir interés por el asqueroso vejestorio del vecino. El padre de los dos hermanos, un camello delincuente de mala vida… ¿Podrá mantener su voto de fidelidad al matrimonio? ¿Qué hará su hijo al descubrirla coqueteando con los vecinos?

Saga de los okupas, parte 2

Intentando volver a ser una buena esposa

*** Capítulo 1: Conversación ***

Había cometido esa locura hacía poco más de dos horas. Estaba estirada en la cama y la rodeaban un silencio y una oscuridad absolutas, aunque el silencio se veía interrumpido por los leves y suaves ronquidos de Pablo. Sentía el cuerpo cansado, dolorido e inquieto; aunque no sabía a ciencia cierta si su insomnio se debía a eso o al hecho de haberse dejado follar por el yogurín de veinticinco años que residía al lado.
Hasta tres veces seguidas –durando cada vez bastante- había abusado de ella mientras esta hablaba por teléfono. Y se sentía culpable, sí… Pero con la culpabilidad de una pecadora satisfecha. No estaba orgullosa, pero sí realizada.

Por eso tardó en coger el sueño, pero acabó conciliándolo.

***

Su marido no estaba a su lado cuando despertó, ni se había percatado de su escapada al trabajo. Apartó la liviana sabana de dos patadas y enseguida gesticuló una cara de dolor:
— ¡Auch! –se lamentó, cogeando con suavidad hasta la cocina.

Un par de tostadas con mantequilla y mermelada acompañadas de un café le brindaron la energía. La televisión de la sala no estaba encencida, y estudiaba lo que tenía enfrente con el único ruido del crujir de las tostadas. Ella y sus inquietudes:
‘’¿Debería dejar de ir a limpiarles su casa? ¿Qué haré si le dicen algo a Pablo? ¿Y si me chantajean…? ¿Qué pasará cuando vuelva a estar hambrienta?´´
Fue entonces, al pensar eso, cuando se dio cuenta de la ausencia de su excitación. Siempre había estado hambrienta, y prácticamente cada día se levantaba pensando en ello hasta que se le pasaban las ganas o se masturbaba. Los dedos solo la aliviaban, además de que una vez había adquirido un consolador y no se sentía cómoda. El mayor problema era ese: ¿Qué haría cuando volviese a estar hambrienta? Teniendo la tentación a un par de pasos de la puerta de su casa.
Se percató de que estaba mordiéndose la uña y golpeaba el suelo con el talón de la zapatilla. Lo peor sin duda era lo que ese hambre le impulsaba a hacer: Había fantaseado con el padre… ¡Con el padre! Le vino a la mente ese cincuentón delgaducho y descuidado con barba de leñador y pelo negro ceniza. ¡Como de desesperada tenía que haber estado para fantasear con él!

Entonces sonó el timbre de la entrada; su primera reacción fue no responder, aunque pasado unos segundos de titubeó se acercó sigilosamente y ojeó por la mirilla: Era Sergio, fue casi instintivo abrirle la puerta: >>
<< Iba vestido en bermudas, como si fuese un bañador de flores y una camisa blanca de tirantes marcando sus brazos bien entrenados. Iba en sandalias y era evidente que no se había recortado la barba, teniendola casi tan larga como la de su padre con la diferencia que la suya era marrón oscuro.
— ¿Qué quieres? –preguntó con más hostilidad de la que pretendía.
— Hablar –su respuesta fue desenfadada, casi desganada.
— Pasa –dijo haciéndose a un lado-, aunque no puedo perder demasiado tiempo, tengo cosas que hacer –se excusó cerrando con suavidad la puerta.
— No te rayes –contestó paseándose por el interior del salón.

El inicio de la conversación consistió en que el yogurín asegurase que no tenía intención de forzarla a repetir ni que iba a contar nada de lo ocurrido ni a su padre ni a su hermano.
— ¿Dónde está el truco? –preguntó la madurita.
— No hay. Volverás por ti misma.
— No va a pasar nada de nuevo, Sergio… -Al afirmar esto, el jovencito se echó a reir.
— No puedes esperar saciar tu hambre para siempre habiendo comido una manzana cuando tenías hambre en el pasado.
— Muy filósofo, no te pega.
— Pero es verdad. Volverás… Disfrutaste como una perra.
— No… No te lo niego –musitó evitando mirarle a los ojos-, pero no pienso volver a cometer el mismo error.
— A ver si acierto: Tu marido folla de pena y seguro que la tiene pequeña.
— Es mi marido, para lo bueno y para lo malo.
— Ayer no pensabas lo mismo.
— Ayer no estaba en mis cabales –ajustició.

Sergio volteó y se acercó con las manos metidas en los bolsillos, quedando frente a frente. La mujer expresó su intención de dejar de ir a limpiar, y aunque esto no lo dijo, no estaba bien que teniendo hambre se juntase con “comida´´.
— Haz lo que quieras, si quieres dejarlo, déjalo. Pero tienes la llave de mi casa. Si alguna noche te apeteciese venir a mi habitación… también tienes mi número.
— ¿Y si te pido que borres mi número? No me siento cómoda pensando que puedes escribirme y que lo lea mi marido.
— Podría decir que lo borrare… -dejo entrever que no lo haría-. ¿Y si me entra un calentón?

Justo en ese momento notó cierta complicidad y deseó seguirle el juego. Se le pasó por su mente, fugaz como un cometa, no tener que elegir entre ese joven y su esposo…
— Sergio… Tienes que entender que podría ser tu madre, y que soy una mujer casada. No puedo con estos juegos. Ha sido una locura de una noche. Me ha… me ha encantado, de verdad.

Pareció que el zagal iba a insistir, lo que lo habría hecho más dificil. Pero, en lugar de eso, solo dijo:
— Vale –Se rascó su barbudo mentón-. Pero cuando vuelvas a necesitar una buena polla, te vienes a mi cuarto.
— ¿Y si está tu hermano? –Fue una pregunta impulsiva, se arrepintió nada más soltarla.
— No creo que a Dani le vaya a m*****ar que nos ayudes a desfogarnos a los dos.
— Bien cargaditos de leche… -ambos rieron-. Puede que siga yendo a limpiar… Sin ropas provocativas –El moreno emuló una mueca triste, pero asintió, comprensivo.
— Como quieras.
— Y no vengas a casa. ¿Y si hubiera estado mi marido? No quiere veros ni en pintura…
— Venía a pedirte sal.
— Ay, dios… -se lamentó, empujándolo hacia la puerta de salida y echándolo con un empujón cariñoso, cerrando la entrada al instante.

No iba a durar mucho con provocaciones como aquella.

*** Capítulo 2: La sospecha de Manuel ***

El hijo del matrimonio era un adolescente de diecisiete inviernos, siendo reservado y tímido. Un friki sin prácticamente nada de habilidades sociales al que no le gustaba salir de su habitación, y la cual abandonaba únicamente forzado por sus padres, para ir a sus clases de repaso o para ir a casa de uno de los pocos amigos que tenía. Le gustaban los videojuegos, los libros y las series.
Había seguido con poco interés la ocupación del piso vecino, enterándose de las buenas nuevas por los improperios que lanzaba su padre Pablo. En cuanto dejaron de hacer ruido por las noches –algo que le afectaba de pleno porque lo oía todo-, la tensión se fue rebajando.
Tenía una pasión secreta, o mejor dicho, un fetiche: Estaba relacionado con las milfs y el i****to. Nunca relacionó ese interes en su madre, y cuando buscaba porno nunca pensaba en ella a pesar de tener el mismo físico que las mujeres que buscaba.

Cierto día, a las cuatro de la tarde, la había descubierto arreglándose en el baño para largarse sin avisar. Algo extraño pues a esa hora normalmente acostumbraba a dormir o a estar por la casa.
Ya en alerta, abrió algunas veces la puerta de su cuarto de manera sigilosa para espiar como su madre se largaba –generalmente vestida con pantalones elásticos super ceñidos y una camisa formal sencilla de color blanco-. Pasaba dos o tres horas fuera y volvía regresando habitualmente sobre las siete de la tarde, con su padre pisándole los talones.
Alguna vez le había preguntado mientras cenaban si había salido y ella respondía que no, por supuesto, su hijo no la delató.

Si bien no llegó a averiguar donde iba –dando por hecho que se iba fuera del edificio-, ya comenzaba a olerle raro todo aquello. Cierta noche, sobre las once de la noche, escuchó las pisadas de su madre dirigirse a la escalera. Abrió justo a tiempo para verla vestida con unos leggins y una camisa… Al poco rato escuchó gemidos en el piso de al lado; no en el cuarto inmediato al suyo, pero si en algún lugar de la casa. Los muelles crujian y los golpes, asemejándose al martillo de un carpintero, resonó contra las vigas.
Andrea volvió a las pocas horas, despeinada y sudada, ni se percató de que su hijo miraba a traves de la puerta entreabierta. Por eso la vio meterse en el baño, ducharse y encerrarse en el cuarto con su padre.

No supo nada más.

***

Al mediodía siguiente ambos comieron juntos. Él acababa de llegar del instituto, donde estaba dando clases de repaso para prepararse para los exámenes de recuperación del curso siguiente. Estaban almorzando tan tranquilamente cuando ella optó por preguntarle:
— ¿No vas a salir con nadie estos días? ¿Con Jaume o Juanjo? –Su hijo negó con la cabeza y ella le reprendió.

Comenzó a darle la brasa, sin más. Le reprochó su sedentarismo y su incapacidad para salir fuera de casa por voluntad propia. Dijo que esta criando a un vago y que estaba harta de que no saliese de la habitación. En consecuencia, el muchacho se agobió, recogió su plato y tiró a la basura el contenido con los gritos de su madre a sus espaldas, instigándole a que se lo terminase. No tardó en encerrarse en su cuarto, en poner el pestillo de la puerta y colocarse los cascos. Se centró en jugar y en escuchar música hasta que acercándose las cuatro de la tarde –cuando la cosa ya se había enfriado-, lo paró todo y se situó al lado de la puerta para escuchar únicamente si su madre se iba.
La escuchó saliendo de su propia habitación, y girando el picaporte tras deshabilitar el cerrojo, observo a su madre agarrar el bolso y salir hacia el recibidor; escuchó abrir la puerta y el portazo de salida.
Corrió como un demonio hasta la puerta y deslizó la mirilla para descubrir a su madre de espaldas a él aguardar a que la puerta de enfrente se abriese. Un chico alto, moreno y con barba vestido con tirantes la recibió con una sonrisa, haciéndola pasar. Sostenía todavía el picaporte cuando se quedó mirando su culo al verla entrar, cerrando la puerta con un portazo.

*** Capítulo 3: Voluntad inquebrantable ***

— Pensé que dijiste que ibas a venir con una ropa un poco menos… -comenzó a decir Sergio sin llegar a terminar lo que estaba diciendo.
— Esta ropa es cómoda para limpiar –su réplica la acompañó un encogimiento de hombros.

Dejó caer su bolso al lado de la televisión, como hacía siempre.
— Empiezo ya –dijo totalmente sería, antes de añadir-. ¿Me pagas ahora o después? En mano, por favor.
— Te pago ahora y así luego te vas cuando te apetezca –La sonrisa burlona no abandonó el rostro de Sergio. Sacó de su bolsillo veinticinco euros y se dio directamente en mano-. Bueno, me piro a mi habitación… Cualquier cosa ya sabes dónde estoy.

Fueron tres horas de jornada de trabajo rápidas en las que se centró exclusivamente en el comedor, en el baño, en la cocina y en la sala del recibidor. Sergio no salió apenas de la habitación, y cuando lo hizo le dedicó poco más que alguna broma con la que consiguió arrancarle una sonrisa. Cuando dieron poco menos de las siete, la limpiadora agarró sus cosas y se fue.

***

Eran las diez de la noche, el matrimonio permanecía relajado en el sofá frente al televisor; el niño, por supuesto, encerrado en su cuarto. Pablo sacó de nuevo el tema sobre que la policía no parecía tener posibilidades de sacar a los ocupas del piso y citó: “No sin una orden judicial´´
Su mujer estaba cansada de las quejas de su marido, y con voz cansada le recordó que ya no estaban m*****ando.
— ¿¡Que no hacen nada!? Sigue viniendo gente rara a comprarles cosas, y no se me olvida la humillación del otro día en el portal…
— Estaba borracho, cielo –lo aplacó.

“Y cuando te humilló intentabas escabullirte, y lo hiciste´´ se dijo Andrea rememorando lo que pensaba de la cobardía de su pareja.
— ¿Por qué no reaccionaste en ese momento? En el portal –especificó.
— Quería evitar problemas. Le hago algo en el portal y encima sería el la víctima.

Algo le dio a pensar que si hubiesen llegado a las manos no habría sido el viejo de al lado la víctima. Parecía mucho más violento, rudo y agresivo.
— ¿Por qué te pones de su parte? –preguntó Pablo, asqueado.
— Te dije que no llamaras a la policía, lo hiciste. Te volví a pedir que no lo hicieras, y lo hiciste. Nunca me haces caso… Parece que hablo con la pared. Todo eso se habría solucionado hablando.
— ¿Acaso has hablado con ellos? –preguntó mordaz.
— Alguien lo ha hecho –Había tardado en responder-. Y… ¿A que ya no oyes música?
— ¿Qué vecino ha hablado con esos mierdas?
— ¿¡Qué más da, Pablo? Esto se podría haber evitado llamando a la policía, y tú lo hiciste, poniéndolos de malas.
— Son Okupas, Andrea… ¡Okupas!
— También son tus vecinos –replicó antes de ponerse en pie y largarse.

***

Metida en la cama ojeó su whatsapp sin notificaciones de “Charo peluquería´´ a la vista; resopló, indignada y frustrada a partes iguales. Pablo entró ya en pijama en el cuarto y cerró la puerta con pestillo, metiéndose bajo la sábana y dando un beso a su mujer.
— Perdona. Puede que me haya pasado un poco.
— No te preocupes –contestó bordé.

Pablo la sorprendió besándola en el cuello, sin que a ella le apeteciese en absoluto. Lo encontró tan empalagoso y cariñoso que, aún apática, acabó cediendo y complaciendo a su pareja.

***

Andrea picó a la puerta del Cuarto B con los nudillos.
— ¡Ya va! –se escuchó desde el interior.

Abriéndole la puerta el hermano pequeño: Era moreno, igual que su hermano, carecía de barba, era más bajo y tenía los brazos sin muscular; estaba en calzoncillos.
— ¿Qué pasa, mamita? –pasa?
— ¿Y Sergio?
— No está.
— ¿Y tu padre?
— No está. Pero bueno, mi hermano me dijo que te diese esto cuando volvieses. Cualquier cosa a aquí me tienes –le informó cediéndole el dinero mientras la hacía pasar, cerrando la puerta.

Eso fue lo último que escuchó y vió Manuel, espiando a traves de la mirilla.

***

— Oye. ¿No vas demasiado tapada? –le preguntó una vez dentro.
— ¿Perdona? –le cuestionó totalmente antipática.
— Que ya podrías quitarte un par de botones de la parte de arriba.
— Eso dio lugar a malentendidos, por eso ya no lo hago.
— Venga… Enróllate un poco. Que no te voy a hacer nada.
— No voy a desabrocharme la camisa.
— Venga… Uno o dos botones solos. Y te dejo en paz.

— ¿No te pondrás pesado si lo hago? –preguntó tras poner los ojos en blanco. Al ver que el chico asentía, con una sola mano se desabrochó los dos botones más cercanos a su cuello, formando los pliegues de la camisa una pequeña v alrededor del escote.
— Mucho mejor –Dani se fue con un canto en los dientes, aunque Andrea sabía que sus insistencias no iban a quedar ahí.

***

El yogurín entró en la cocina rascándose la entrepierna mientras Andrea fregaba, no lo fulminó con la mirada de milagro. Le reprochó estar mucho más seria y tensa, y aunque ella lo negó, el insistió preguntándole si se folló a su hermano o a su padre.
— ¿Por qué tienes que pensar que ha habido algo de sexo?
— A ver… Antes parecías una desquiciada sexualmente… Y ahora estás así. Alguien te ha pegado un buen polvazo.
— Ha sido mi marido.
— Ese es un mierdas –contestó entre risas burlonas. Al ver que la que fregaba frente a él pareció m*****arse, se disculpó:-. Solo te digo la verdad. ¿Te has follado a mi padre?
— Si tuviese que elegir de los tres, sería con tu hermano.
— Ayer por la noche aprovechasteis que no estuve para follar –insistió.

La mujer, que podía ser su madre, se secó con la muñeca el sudor de su frente y se plantó frente al dieciochoañero.
— Te lo ha contado. ¿No?
— ¿Es verdad? Que cabrón.
— Eh, que él no me ha dicho nada. Lo he deducido yo y te has descubierto tu sola.
— Ya –contestó agarrando la fregona y llevándosela al comedor. El muchacho la siguió, pisándole lo fregado provocando en la limpiadora un bufido de irritabilidad.
— ¿No te apetece echar otro? –no pudo evitar mirarle incrédula.
— No, gracias. El chiringuito ha cerrado.
— Venga… Uno rapidito. Me muero por hacerlo contigo…
— Pues es una lástima. Tu hermano fue más rápido y no voy a volver a cometer ese error –sentenciaba dándole la espalda, pero al ver que el chico iba a continuar insistiendo. Se le adelantó-. Mira, Dani. Yo… -hizo una pausa, aclarándose-. No quise hacer nada de eso… Estaba pasando un mal momento con mi marido, estábamos discutidos y tu hermano me pilló cachonda perdida. Pero no va a volver a pasar. ¿Lo entiendes?
— Si lo hiciste una vez que importa una vez más…
— Si vuelves a insistirme, me voy y no vuelvo.
— Podría decírselo a tu marido…
— Si vuelves a amenazarme con eso, se acabó. Si tienes que decírselo, díselo. Pero no sacaréis nada más de mí. Me voy, he terminado por hoy.
— Oye, perdona. Creí que así tendría alguna oportunidad. Perdóname, anda.
— Te perdono, aunque no me ha gustado nada que intentes chantajearme. Una vez más y se acabó. ¿Te has enterado? –el chico asintió intimidado por el carácter de la madurita.

Fue ahí cuando se percató de la diferencia entre los dos hermanos: Sergio nunca la chantajearía, era mucho más inteligente emocionalmente y sabía tener la paciencia hasta que ella tomase su decisión.
Esa noche se duchó rápido mientras su hijo permanecía encerrado en la habitación y empezó a preparar la cena con tiempo de sobra. Cuando se acercaba la hora de dormir, aún en el sofá, empezó a notar como sus pensamientos se decantaban a fantasear con lo que habría pasado si hubiese consentido al menor de los okupas.
No tuvo sexo con Pablo, ni tampoco se notó, pero si se notó algo perturbada: Empezaba a tener hambre.

*** Capítulo 4: En tu casa o en la mía ***

Manuel volvía del instituto cuando llegando a su portal alguién la llamó siseándole. El ruido y los gritos procedían del bar que había a pocos metros de su portar, donde en la terraza que había fuera había un montón de mesas y sillas con solo dos chicos sentados en ella.
— ¡Eh! ¡Tshhh! ¡Niño! Venacápacá. Ven, venga va, que solo queremos hablar contigo…

Por su miopía no los reconoció, pero al acercarse descubrió a los dos okupas que habían abierto la puerta a su madre las veces pasadas.
El chico se acercó, vacilante, como si no puediese correr ni escapar. Cuando se hubo acercado lo suficiente, se presentaron dándole la mano. Ambos llevaban puestas gafas de sol y se bronceaban bajo las agobiantes pinceladas del sol. Se presentó primero el más grande, con barba y moreno como el otro; se llamaba Sergio. El más pequeño y menos musculoso, que tendría una edad muy parecida a la de Manu; se llamaba Dani. Se presentaron como sus vecinos.
— ¿Quieres algo?
— N… No… Gracias.
— ¿Cómo te llamas?
— M… Manuel.
— Venga, Manu. Somos enrollados. No nos tengas miedo, que eres nuestro vecino. ¿Fúmas, bebes…?
— No.
— Así me gusta, un chico sano –dijo Sergio soltando una sonora carcajada-. Va, siéntate. ¿Qué quieres?
— Un nesté.
— ¡Mozo! ¡Tshh! ¡Un nesté para el niño. ¡Con hielo! ¿Lo quieres con hielo, no? –el aludido asintió.

Ambos empezaron a fumar frente a él, haciéndole preguntas al principio tan vanales como si estudiaba o si tenía consola para jugar.
— Vivimos puerta con puerta y no habíamos hablado una mierda –dijo tras haber conversado un poco.

El hijo mayor de Brandon le explicó a Manuel que tenían en su habitación una colección de juegos, y que si quisiese podrían compartirlos. Incluso invitarlo a jugar en su casa; entonces el camarero interrumpió la conversación trayendo la bebida para el recién llegado.
— ¿Qué queréis? –preguntó Manuel, impulsivo debido a su impaciencia.
— ¿Por qué lo preguntas? ¿Tenemos que querer algo para invitarte a tomar algo?
— Nunca habéis picado a casa. Os he visto varias veces y… nada.
— Ya, pero ahora sí. Y si te animas… Puedes venirte a nuestra casa.
— ¿Queréis que vaya a vuestra casa?
— Sí… -musitó Sergio tanteando a su joven vecino-. Y que algún día nos invites a tu kelly. Solo eso.
— No sé…
— Shhh –Sergio le hizo callar alzando el dedo índice-. Pregúntaselo a tu madre. ¿Vale? Ella ya ha hablado un poco con nosotros y nos conoce, sabe que no somos mala gente. Si te deja, pues mejor para todos.
— No sé si me dejará.
— Bueno Manu, cuando una madre dice que no, hay que hacerle caso –dijo riendo, inclinándose hacia el adolescente para darle unas simpáticas palmadas en el hombro.
— ¿De verdad solo queréis venir a jugar un rato a mi casa?
— Que desconfiado, tio –lo dijo riendo, como si no le hubiese m*****ado-. Que sí, nano. Tú háblalo con tu madre y dile que te hemos invitado a nuestra casa… O invítanos tu a la tuya, ya me entiendes.
— Pero… yo no fumo nada…
— ¿Te crees que somos camellos o algo, no? ¿Eso se lo has oido a tu padre?

Se dio cuenta de su error, pero ya no podía corregirlo. Entonces el veinteañero con barba se echó a reir, y su hermano con él.
— Pues tiene razón, pero no somos mala gente. Y no te quiero vender nada, y no quiero robar nada de tu casa.
— Bueno, a tu madre, que está bastante buena.
— Es broma, es broma –lo acalló Sergio a su pariente menor-. Es un bromista. Oye, que si no quieres no te sientas obligado, eh… Pero si lo haces te vas a ganar dos buenos amigos.
— Sí… Se lo comentaré a mi madre –dijo sin decidir nada, levantándose. Se despidió de ambos, justo antes de que Sergio lo agarrase de la muñeca y le pidiese el número.

Si Manuel dio muestras de no pretender hacerlo, acabó cediendo. Le dictó su número de móvil, y Sergio no se m*****ó ni en comprobarlo. Entonces le permitió marcharse.

***

El adolescente llegó a su habitación tras saludar a su madre, cerró las persianas y se quedó totalmente a oscuras. Agarró un poco de gel del baño, se bajó los pantalones y empezó a fantasear.
Imaginó al viejo de la gorra abusando de su madre, ese era el peor y el que más morbo le daba. Por algún motivo, le excitaba de sobremanera pensar que humillaban a su propia madre, que la ponian a cuatro y le obligaban a hacer cosas asquerosas, mientras le azotaban y le hacían fotos. Y pensando en esas cosas se corrió, rememorando el ruido d ela cama, los gemidos de placer… Sabiendo que ese día se iba a masturbar muchas veces más pensando en aquello.

*** Capítulo 5: La extraña de mi esposa***

El motivo principal por el que Pablo sabía que su mujer estaba con él era debido a lo detallista que era, a lo atento y a lo cariñoso… Siempre tuvo presente que pese a su diminuto tamaño de pene, podía complacerla con su vigor, sus manos y su lengua.
Desde la noche que salió con su amiga, algo cambió. Habían pasado ya tres noches y la sentía apática, distante… inapetente. Algo totalmente raro en ella debido a que siempre había sido muy ardiente y difícil de complacer. Nunca había dejado de buscarlo en la intimidad de la cama, y aunque él fuese menos libidinoso que ella, siempre había intentado complacerla… Pero llevaba al menos tres noches totalmente distinta, incluyendo esa misma.

Eran las doce de la noche y se acababa de meter en la cama junto a ella, la cual estaba leyendo una revista sobre avances tecnológicos. Parecía tranquila y sosegada, sin preocupación alguna, aunque para Pablo ese era el problema.
— Andrea. ¿Te pasa algo últimamente?
— ¿Qué? ¿Por qué? –contestó sorprendida, como si fuesen imaginaciones suyas. Aún así Pablo no cesó en su empeño.
— ¿Cuándo fue la última vez que me buscaste en la cama?
— Ah, eso…
— ¿Qué pasa?
— No me he estado sintiendo bien estas noches. Habré agarrado un resfriado o algo…
— ¿En verano?
— Sí, algún cambio de temperatura tonto. O algo por el estilo.
— ¿Seguro que no te pasa nada?
— No, tonto. Ya veras como dentro de poco vuelvo a ser la misma de siempre –detectó cierto tono de tristeza en la voz femenina.
— Si tienes algo que hablar conmigo… Puedes hacerlo.
— ¿Algo como qué?
— Lo que sea –se limitó a responder él, sin pretender poner nombre a la preocupación que tenía. No quería etiquetarla ni pensar de que podía tratarse.
— No tengo nada de lo que hablar, Pablo. Es algo físico, ya verás como se me pasará.

***

Eso fue lo que hablaron, aunque en repetidas ocasiones su mente se dispersaba para pensar en su mujer y su extraño comportamiento.
Aquella noche sucedió más de lo mismo: Llegó a la casa, se cambió, cenó junto a su hijo y a su mujer; estuvo un rato en el comedor, finiquitó un par de quehaceres en su sala de trabajo y se fue a dormir. Andrea hizo el intento de besarle y abrazarle, compartiendo mutuamente cariño, aunque no la notaba tan mojada y ardiente como la mayor parte de las noches anteriores. La notó prácticamente forzada; obligándose a sí misma a excitarse para complacer a su marido y no preocuparlo.

El día de ella no fue más ardiente ni apasionante que esa noche. Continuó yendo a limpiar a la casa de los vecinos con la diferencia de que estos apenas le trataron, y eso la hizo sentir mal porque en cierta manera deseaba que le insistiesen y le fuesen detrás, aunque fuese solo para negarse.
Y seguía estando inapetente, ausente de excitación. Su sexo estaba seco la mayor parte del tiempo y únicamente se lubricaba cuando limpiaba en la casa vecina. Por la noche tenía que hacer un esfuerzo para mentalizarse de que debía centrarse en su marido.

Ya había logrado asumir y prometerse que no volvería a fallar a su marido, hasta el punto de prometerse que si sentía una elevada tentación de recaer, dejaría de limpiar en esa casa, incluso, pensó en confesarle la verdad a su marido; aunque lo descartó al pensar que nunca podría saberse su reacción en lo referente a los vecinos.

No se esperaba que la cosa fuese a complicarse para ella, y a hacerlo todo más difícil.

***

Pablo repitió su rutina de llegar a casa después de un largo día de trabajo sentado en su despacho y se duchó con cierto aborrecimiento. Sin embargo, tras la cena, rompió esa monotonía dirigiéndose directamente a la cama.
Le sorprendió su mujer entrando tras de él en el cuarto y quedándose estirada a su lado bajo las sábanas. Fue mutuo el interés cuando se empezaron a besar, notándola de nuevo más ardiente y cachonda… como sí los días pasados hubiesen sido solo un mal sueño.
— ¿Qué te pasa? –preguntó a su mujer, parando de besarla para tomar airé y cuestionarle.
— No lo sé…
— Pero qué…
— Calla y bésame –la exigencia de su mujer no vino sola, pues totalmente desnuda de cintura para abajo se montó sobre él y restregó la humedad de su entrepierna con su duro pene.
— El preservativo…
— Quiero sentirte al natural –ronroneó besándolo mientras agarraba con su mano el pene y lo orientaba hacia su sexo. Fue placentero sentirlo dentro, y más aún sentirla espoloneando sobre él y haciendo temblar ligeramente la cama, haciendo cierto leve ruido que seguramente pasaba desapercibido.
— La píldora…
— No la estoy tomando. No me sentaba bien… Pero quiero que acabes dentro.
— Andrea…
— Lo deseo… Amor mío. Lo deseo… -repitió machacando su pene con esos botes. Necesitó unos pocos para que sus testículos se vaciasen sobre ella, aún así, la excitada esposa continuó haciendo volar su melena rubia y sus pechos sobre él, aprovechando cada segundo que su polla permanecía dura-. Sí… Oh, sí… Me encanta sentir tu leche en mi vagina –le premió, deslumbrante. Su voz era poco más que un murmullo, no parecía querer ser oida.

Continuó trotando diez segundos más hasta que su pene deshizo por completo su erección. Haciendo que la jinete que tenía sobre él se descabalgase y quedase tumbada a su lado. Pablo no se rindió, sabiendo que debía aún satisfacerla. Besándola, manoseándole los pechos, mientras su mano buena se centraba en formar círculos invisibles alrededor del clítoris, gesto que fue bien recibido por su mujer. Al poco rato empezaron a temblarle las piernas y, al no ser capaz de dejarlas quietas, pareció estallar en un considerable orgasmo y ella le apartó la mano, de manera gentil.
Esa hambruna sexual tuvo su origen muchas horas atrás, en la casa de los vecinos.

*** Capítulo 6: Los nuevos amigos de mi hijo***

A las cuatro de la tarde, unas horas antes de su encuentro sexual con su, Andrea ya estaba vestida con su habitual camisa blanca acompañada con el pantalón negro elástico. Para ella iban a ser tres horas más en casa de los vecinos, sin esperar que sucediese nada en concreto. Había empezado a pensar que los dos yogurines de los vecinos habían aceptado la imposibilidad de llegar a algo con ella.
Agarró su mochila, cargada con la ropa de recambio, las llaves y el móvil, lista para salir al rellano y entrar en el piso ajeno. Picó varias veces, evitando usar la llave que tenía de respaldo por mera educación pero, al ver que no respondía nadie, terminó usándola.

El comedor se encontraba en el fino equilibrio entre orden y desorden que había logrado conseguir en los últimos días. Los muy guarros seguían dejando las sobras tiradas por ahí y, aunque no parecían en limpiar absolutamente nada, tampoco parecían estar ensuciando más de la cuenta.
Lo primero que hizo fue ir a la habitación de Sergio y Dani para asegurarse de que no estaban. Después, fue a la habitación del padre, aunque de lejos los ronquidos ya alertaban de su presencia.

Sintió la tentación de querer abrir la puerta, pensando que nunca antes había limpiado ese cuarto. ¿Y por qué no? No pudo evitar imaginárselo sin una sola cosa ordenada, además que el interior, aún con la puerta cerrada, desprendía un fuerte olor que le provocaba un picoteó revoltoso en la nariz.
Se imaginó entrando… No, se imaginó como sería tener sexo en una habitación en ese estado por un hombre que, seguramente, no había tocado a una mujer en muchos años. De nuevo sintió ese extraño cosquilleo en el vientre que tanto había echado de menos. Así que retrocedió y se puso a limpiar el resto de la casa.

***

Sergio entró y dejó las llaves en la mesita del recibidor. Dirigiéndose directamente a ella para saludarla con dos besos que ella no rechazo.
— Tu hijo no te dijo que nos conocimos… Me cayó muy bien.
— ¿Sí? –preguntó en consecuencia, algo preocupada. No le gustaba la idea de que su hijo se relacionase con ellos.
— Sí. Ya nos dijo que un día nos invitaría a su habitación a jugar a la PS4.
— ¿Eso dijo?
— Si te parecía bien, claro. Dijo que te lo preguntaría.
— Pues no me ha preguntado nada.
— Se le habrá olvidado… O a lo mejor lo dijo para quedar bien. A saber –finalizó con una mueca de titubeo-. La verdad es que… -comenzó a decir mientras se sentaba en el sofá, con una posición despreocupada-… no me parece tan mala idea.
— Ah, sí. ¿Por qué? –intuyó por donde iban los tiros, y no se equivocaba.
— Si voy al cuarto de tu hijo a jugar unas partidas… Puede que te vea con ropa más… íntima.
— Y yo que creía que lo habías superado.

Se miraron por un momento, hasta que el chico de pelo oscuro continuó hablando.
— ¿Te imaginas? Yo en la habitación de tu hijo y tú pasando frente a su puerta con una blusa de estas transparentes. O en ropa interior.
— Eso nunca va a pasar, y menos delante de mi hijo.
— Ya… Pero quizá si que te pongas un buen escotazo. Quizá me de por ir al baño y te encuentre ahí meando. Imagina las posibilidades…
— Si por un casual acabases jugando con mi hijo en su cuarto… Quítate esas ideas de la cabeza. Ya te dije que no iba a volver a caer en ese juego, y menos en mi casa con Manuel.
— Ya. Pero eso lo dijiste en frio, cuando vuelvas a estar celando como una perra puede que te apetezca volver a caer.
— Además… No puedo dejarte entrar en mi casa porque si lo hiciese y se entera mi marido eso puede costarme el divorcio.
— Pues mejor que no se entere. ¿No? ¿Qué tiene de malo que el vecino haga amistad con tu hijo? Por cierto… No te he pagado.

Sacó de su bolsillo el ya rutinario rollito de veinticinco euros y se lo fue a dar en la mano sin levantarse. Ella avanzó hacia él, acercándose al sofá pero justo cuando estaba a punto de cogerlo, Sergio apartó impulsivamente su manaza con el dinero y la aferró por la muñeca tirando de ella hacia él, haciendo que quedase inclinada y enseñándole el escote.
Podría haber retrocedido, haberse apartado o incluso haberle apartado la mano, pero no lo hizo… Miró a ese yogurín de mirada penetrante y se dejó colocar el dinero entre las tetas… otra vez.
— Piénsatelo. Habla con tu hijo, asegúrate que tu marido no se va a enterar y si te parece bien que me invite a jugar… No voy a irte detrás ni nada, simplemente es que tu hijo me cae realmente bien.
— Lo… Lo pensaré –Esa respuesta significaba rendirse, aunque en cierta manera era innegable que le gustaría poder verlo fuera de esa casa.

“¿Qué estoy haciendo? Tengo que reaccionar… Está tomando el control de todo. Esta no soy yo…´´ pensaba mientras barría nerviosamente el comedor, mientras Sergio le miraba contonear esas dos nalgas a pocos metros de él.

***

Entró en la casa, sin saber si estaba enfadada o alegre. Puso la ropa a lavar y se duchó, una vez ya relajada y procurando poder hablar con su hijo antes de que llegase el padre de este, entró en su cuarto sin avisar siquiera:
— ¡Mama! ¿No puedes picar? –chilló escandalizado.
— ¿Invitaste a los vecinos a casa? –Manuel pareció titubear, silente, si le convenía pronunciarse al respecto.
— ¿Por qué?
— Porque Sergio me ha dicho que le ofreciste venir a jugar a tu cuarto.
— ¿Y puedes decirme como es que te hablas con “los okupas´´ de los vecinos?
— A mí no me hables así –explotó su mal genio acumulado desde días atrás.
— ¡Pero es verdad! Papa dando esas charlas sobre lo malos que son los vecinos y tú te metes en su casa… -se tapó la boca, arrepentido de lo que acababa de confesar.
— ¿Lo sabías? –su hijo no contestó-. Te acabo de preguntar que si lo sabías –recibió un asentimiento como afirmación-. ¿Cómo?
— Te vi salir de casa un día por la tarde y vi que te metías directamente en tu casa.
— ¿Te parece normal espiar a tu madre?
— ¿Te parece normal ir a casa de unos okupas a hacer vete a saber qué?
— No he ido a hacer nada malo, Manuel. Les limpio la casa, solo eso.
— Sí hombre.
— Pues sí. ¿Recuerdas cuando ponían música a todo volumen? Pues yo llegué a un acuerdo para que no lo hicieran. Me pagan por ir tres horas al día a limpiarles.
— ¿Eso es todo?
— Eso es todo. ¿Pero qué te piensas que es tu madre? –el adolescente no respondía, avergonzado. Ni se le ocurrió comentar que la había oído gemir, o eso creía-. Ahora me vas a decir porque invitaste a esos okupas a casa.
— Nos conocimos… y me cayeron bien.
— ¿Solo eso? –Manuel asintió-. ¿De verdad? –volvió a asentir.

La madre del muchacho suspiró aliviada, entrando en la habitación y sentándose en la cama.
— No le vas a decir nada a papá, ¿No? –este negó con la cabeza-. Manuel, si le cuentas que voy a su casa a limpiarles… Eso romperá nuestro matrimonio. ¿Lo entiendes? –su hijo asintió.
— Entonces… ¿Podré ir a su casa o podrán venir a jugar aquí?

Andrea se peinó el flequillo con la mano, agotada. Los ojos se le cerraban, y antes de responder se lo pensó bien: ¿Se iba a limitar la cosa que su hijo jugase con el vecino? O… ¿Usarían eso para acercarse dentro de su propia casa?
— Sí. Pero siempre a unas horas que no haya riesgo de que tu padre vuelva antes de tiempo y los pille. Y si pasa… Yo no sé nada.
— Tranquila mama, los he metido porque yo he querido.
— Y Manuel. Si te ofreciesen drogas o hacer algo malo…
— Yo no hago esas cosas mamá.
— Ya…

*** Capítulo 7: Sin darse cuenta***
En el momento en que Andrea consintió sin más condiciones que los okupas de los vecinos pudiesen venir a su cuarto a jugar, fue cuando al friki de su hijo le quedó claro que algo pasaba ahí entre su madre y ellos. Había perdido la cuenta del número de veces que se había imaginado a esos desgraciados abusar de su madre, de que esta se convirtiese en su esclava sexual y estos la emputeciesen dentro de ese piso okupa. Lo que nunca se habría imaginado es que eso, además de su propia fantasía ficticia, fuese algo que estuviese pasando de verdad.

Entonces, cuando encontró un mensaje en su whatsapp de desconocido saludándole, lo agregó como Sergio Ok.

***

Eran las tres del medio día cuando el timbre de la casa sonó, Manuel se levantó de la mesa y abrió la puerta, invitando a pasar tanto a Dani como a Sergio.
— Hola. Que aproveche –dijo el pequeño de los dos hermanos, viendo como la mujer se llevaba la servilleta de tela a la boca y se recogía las migas antes de dar las gracias.
— Mama, vamos a la habitación a jugar. ¿Vale?
— Sí. ¿Queréis tomar algo? –cuando ambos respondieron que cerveza fría, se comprometió a llevárselas.

A Manuel no se le pasó por alto las miraditas, ni que su madre vestía aquella misma blusa que se llevó aquel día de mad**gada, a las cuales se les marcaban los pezones levemente.
— Por aquí.

Si los guio hasta su cuarto, ambos se recostaron contra la cama pared de la cama mientras Manuel encendía la consola y activaba ambos mandos para echarse unas partidas de futbol. Al poco rato, entró su madre con una bandeja donde estaban apoyados los vasos llenos de espumosa cerveza y unas olivas.

No los miró a los ojos en ningún momento, pero ellos sí le miraron el descarado escote con el que entró y que se acentuó al dejar las bebidas sobre la mesa.
— Muchas gracias –le agradeció Sergio quedándole un bigote de espuma al beber del vaso. Andrea cerró la puerta al irse.

Pasaron un rato jugando antes de que tanto Sergio como Dani se quitaran sus camisas, quedando desnudos de cintura para arriba.
— ¿No te importa, no? Es que hace un calor…
— No, para nada…

A las dos horas, siendo las cinco. La habitación apestaba a sudor, y eso fue lo que debió oler su madre al entrar a dejar la ropa limpia.
— Perdonad…
— No mujer. ¿Qué hay que perdonar? Que es tu casa –contestaba Sergio justo antes de que Manuel se levantase para ir al baño.
— Voy al baño –avisó, cerrando la puerta tras de sí. Buscando crear una situación dejándolos a los tres solos.

Se metió en el cuarto de baño pegando un portazo, sacó su móvil y abrió una app que permitía ver a través de las cámaras y los micros asociados. La pantalla integrada que tenía en su cuarto daba una perspectiva recortada pero bastante buena de los dos chicos sin camisa frente a su madre.
Esta parecía estar nerviosa, sudada también.
— Si tienes calor quítate la camisa también, que aquí sobre ropa.
— Chicos, no seáis malos…
— Venga. Quítate la camisa, que estamos todos demasiado calientes –se echaron a reír.

Incluso a través de la cámara integrada en su ordenador, podía ver los pezones duros a través de la blusa.
— ¿Voy a limpiar la casa ahora?
— Oye, date un respiro. ¿No? Que tampoco somos millonarios. ¿Cuánto nos has sacado ya?
— Si no me decís que no vaya.
— A ver, que querer que vengas, queremos. Pero no a limpiar precisamente.
— Entonces no voy –replicó ella sonriendo.
— No le digas eso a mi padre, con lo que le gusta que muevas el culito por la casa le da algo.
— Me voy –puso los ojos en blanco antes de irse.

Desde el baño, Manuel sintió unas incontrolables ganas de masturbarse. Aún así se retuvo, volviendo a la habitación con los dos invitados. Cuando fueron las seis de la tarde, los apremió a marcharse y ellos obedecieron sin la menor vacilación. Manuel hizo como si no se hubiese dado cuenta de nada…

*** Capítulo 8: Volviéndome loca***
Su marido había llegado hacía poco y se había ido a duchar, y aunque la cena estaba preparada, ella no pudo separar la vista del móvil. Una sola conversación la tuvo en vilo, y hasta cierto punto ruborizada. Un cosquilleo permanente en su vientre y unos calores anormales en el pecho y en la cara le atosigaban; mientras sus ojos eran presos de la pantalla del móvil:

<>

Charo: No saves komo nos as puesto a mi hermano i a mi
Andrea: No quiero saberlo…
Charo: Estavas tan sudadita, se te marcavan los pezones y to. Te havríamos follado en ese mismo cuarto… Vaia ganas te tenemos.
Andrea: Hay que parar esto…
Charo: No kiero k pare, Andrea. Kiero que seas mia…
Andrea: Tuya… Y de tu hermano, y de tu padre…
Charo: No me iras a decir k no te mola la idea de k tres machos te follen…
Andrea: Pero estoy casada. No quiero fallar a mi marido.
Charo: Tu mario no te sabe dar gusto, yo sí. Pasame unas fotos de tus tetas… Así me puedo hacer una paja…
Andrea: No…
Charo: Solo de tus tetas, benga… k no salga tu cara –Andrea dudaba ya que su marido estaba en casa. ¿Pero qué mal puede hacer calentar un poco a esos dos yogurines? Se pone de lado en el sofá inclina un poco su pecho para que se acentue su escote y deja que salga su sonrisa traviesa en la foto-. Dios…. Me encanta. Peaso foto. Como la bea mi padre se va a matar a pajas…

Andrea: O se me tira encima la próxima vez que me vea…
Charo: No te estrañe… te tiene unas ganas brutales.
Andrea: Sergio, que quede entre nosotros… ¿Cuánto hace que tu padre no tiene pareja…?
Charo: ¿Kieres decir q cuanto hace que no folla? Hace diez o quince años. Está que se sube por las paredes. Oie, q t iba a decir… Mañana ven a limpiar por la mañana que tenemos la casa mui guarra.
Andrea: ¿Quién estará de los dos? —preguntó con interés.
Charo: Mi padre, te pagara el. Mi hermano i io estaremos currando…

Justo en ese momento entró Pablo en el comedor, y su mujer entró en una carrera contrarreloj para borrar el chat de esa conversación. Solo necesitó cinco segundos y toda la conversación quedó borrada… Además, su marido no se percató de lo roja que estaba, limitándose a sentarse a su lado sin quitar la vista de la Tablet.
— Cuando quieras cenamos…
— Sí, ve poniendo la cena si quieres. Termino una cosa y voy.
— Vale… -dijo levantándose del sofá dejando el móvil escondido bajo el cojín, acercándose a su marido y susurrándole a la oreja:-. Aunque no me refería a ese tipo de cena.

Su marido la miró a los ojos y pareció entender…

***

Estaba demasiado fogosa, demasiado mojada, demasiado cercana al orgasmo. Su marido la estrangulaba con ligereza, prácticamente sin asfixiarla, y meneaba las caderas como un loco quizá creyendo que así le daba más placer. Pero no era eso lo que la traía loca, sino una idea que se le había metido en la cabeza y no se le iba. Una idea sucia, degenerada y masoquista >>
<>
<< Para empezar, los ocupas no habían vuelto a poner música desde hacía ya bastantes semanas. También, había que tener en cuenta que su mujer había tenido una actitud sospechósamente tolerante a favor de ellos. Pero hubo tres hechos que aumentaron su paranóia hasta niveles alarmantes.
El primer motivo fue la reacción de su esposa cuando se cruzaron con el vagabundo drogadicto ocupante del piso de al lado. Un motivo que por sí solo no decía mucho; pero aún recordaba como su mujer se sonrojó ante las groserías que lanzó ese viejo, además, esa noche estuvo muy apasionada mientras hacían el amor.
El segundo motivo era la ropa deportiva que se había encontrado en la lavandería. Nunca había visto a Andrea usar leggins, pero ahí estaban, prácticamente cada día arrugados y sudados en la ropa sucia. Pablo se reconoció la desconfianza al acercar las prendas a la nariz y olfatear, aunque a parte del olor de su mujer no notaba nada más.
El tercer motivo fue el colmo, siendo uno muy reciente. Era el colmo para él y le hizo desconfiar totalmente de su mujer. Estaba trabajando frente a su ordenador en la oficina cuando esta lo llamó, habían ruidos raros, escuchó en repetidas veces un sonido a succión; la escuchó gemir y ella puso la excusa de estar limpiando y de haberse hecho daño en el pie.
Podía equivocarse, siendo perfectamente ruidos de la lavadora y que realmente se hubiese hecho daño… Pero todo parecía indicar que no.

No enseñó sus cartas, por supuesto. No le dejó saber que sospechaba y que se imaginó a su propia esposa teniendo sexo con otro hombre. Es más, había soñado que su mujer le era infiel con el viejo verde del vecino. Algo que le hizo sentir muy mal y deprimirse durante algunos días.
No podía soportar que su mujer le fuese infiel, ni por asomo. Fue entonces cuando encontró el cuarto motivo para desconfiar. Andrea se disponía a llevar un pantalón tejano y una camisa a la ropa sucia justo después de ducharse, por lo que él se propuso para llevarla. Insistió, por supuesto, de tal manera que su mujer no se pudo negar. Desprendía un olor tosco, que le resultaba familiar a aquellos leggins que había olido tiempo atrás. Era un olor muy sutil, pero ahí estaba.

Al mirar dentro, sus ojos casi se le salen de las cuencas, al descubrir unas manchas blanquecinas y todavía frescas que identificó sin dudarlo como esperma. Intentó mantener la compostura, poniendo la ropa oscura dentro de la lavadora y poniéndolo todo a lavar.
Su mujer apareció por la cocina, y según le pareció a Pablo, estaba tanteando el terreno. Él le devolvió una cálida sonrisa mientras le daba las buenas noches.

No iba a enseñar sus cartas.

***

Manuel seguía intentando descubrir si de vez en cuando su madre iba de visita al piso vecino. Aquella tarde, lo hizo. Justo el mismo día en el que había descubierto el leggin gris manchado de semen, y tras haber comido juntos, sobre las cuatro de la tarde espió a su madre mientras salía cautelosamente con una camisa blanca y un pantalón tejano.
La descubrió picando al piso vecino y entrando dentro, pasaron al menos diez minutos y no hubo ningún tipo de ruido, pero escuchó voces en la otra casa. Parecían lejanas y se le ocurrió que podría espiar mejor desde otro punto de la casa.
Se fue a la habitación de sus padres y lo escucho mejor: Gemidos femeninos, aunque muy pocos. Escuchó algún bufido y a los vecinos hablando. Identificó claramente el chapoteó incesante y supo lo que pasaba, se estaban follando a su madre.

Al rato dejó de oírse ruido y solo oyó una breve conversación diciendo ‘’Esto se ha acabado´´, por lo que decidió dejar de espiar y fue a la cocina a picotear algo. Cuando ella volvió, olía raro y estaba bastante sudada; apenas le digirió un saludo a su hijo antes de encerrarse en el baño y empezar a ducharse.

***

Alguna vez se había cruzado Manuel con el padre de los dos hermanos. Su habitación daba con la suya, y bastantes veces lo había oido gritar como un descosido.
Su conocimiento de que en la otra casa se estaban follando a su madre le creó un sentimiento de fetiche cada vez que se masturbaba, imaginándolo de diferentes maneras, en las que él nunca era el protagonista ni participaba.
No… El hijo de la maestra era consciente de lo buena que estaba su madre y ya había aceptado como algo normal el hecho de fantasear con ella. Llegó hasta a desearla sexualmente, observándola de una manera inquisitiva cuando no se daba cuenta para poder masturbarse con más facilidad.
No sentía atracción hacia ella, ya que eso le habría parecido demasiado extremo… No. Él se conformaba con imaginar como se follaban de manera brutal a su madre, en especial el padre de los dos hermanos: Brandon.

*** Capítulo 12: Perseguida, pero no cazada ***

La despedida que tuvo la mujer de Pablo con ambos hermanos no hizo sino acrecentar el deseo de ambos hermanos por repetir con su vecina. Sin embargo, ella rechazó todos y cada uno de sus torpes intentos para contactar con ella: Les ignoró cuando se cruzaban por la escalera, bloqueó el número de Sergio para que no pudiese enviarle mensajes por whatsapp ni llamarla al móvil, los dejó picando a la puerta de casa y, si algúna vez se ponían tan pesados como para insistir, les abría echa una furía y les reprendía hasta que se marchaban.

Su último desliz con Sergio y Dani la había dejado profundamente con ganas de más, pero se había propuesto cortar de sano estando decidida a cumplir con su parte. Pasó una semana; y de más a menos dejaron de intentar hablar con ella hasta que, finalmente, se rindieron… O eso pensó ella.

Andrea, ingenuamente, se hizo la idea de que por fin podría dedicarse a su marido y a su hijo. Pese a que no contasen con lo perseverantes que podían llegar a ser tres ocupas encaprichados con poseerla… Aunque eso significase meter a Pablo en la trama.

*** Capítulo 13: Allanamiento de morada ***

Las pocas veces que el padre de Manuel se había cruzado con los dos hermanos ocupas del piso de al lado, se habían hecho el mutuo favor de ignorarse y pasar de largo. Únicamente había tenido encontronazos desagradables con el padre, Brandon, el cual ni era soportado ni soportaba al marido de su hermosa vecina.
Había pasado una semana desde que encontró en el pantalón tejano de su mujer aquellas manchas de semen, y aunque no se había rendido ni lo había olvidado, no había pasado nada más raro. Él había agarrado el móvil de su mujer a diferentes horas y nunca había hallado pistas ni pruebas de que ella le fuese infiel.

Por desgracia para él, una tarde a las siete de la tarde; Pablo estaba volviendo a su casa cuando el mayor de los dos hermanos salía del portal. Esa vez fue diferente, se miraron por unos segundos como si se estudiasen; y aunque la mirada del chico carecía de hostilidad, se encaminó hacia su vecino antes de detenerse frente a él y saludarle:
— Hola.
— Hola –se limitó a contestar el padre de familia. Se dio cuenta que el chico, de unos veintiseis años, le sacaba una cabeza de altura.

Iba vestido con una camisa blanca de tirantes y unas bermudas de flores, luciendo musculo y unos brazos bien definidos. A pesar de ser de noche, llevaba gafas de sol; combinándole perfectamente con aquella barba bien recortada y cuidada, al contrario que la de su padre.
— ¿Tienes algún problema con nosotros? –la pregunta pilló por sorpresa al informático cuarentón.
— ¿Perdona?
— Soy Sergio, mejor que comencemos por ahí –le tendió la mano, y aunque titubeó, se la acabó estrechando.
— Pablo.
— Creo que no nos hemos m*****ado entre nosotros, pero creo que siempre nos estás mirando mal. Así que te pregunto… ¿Tienes algún problema?

Si bien Pablo sopesaba la posibilidad de decirle lo que le m*****aba la idea de tener ocupas en el piso de al lado y de como se ganaban la vida vendiendo droga, su boca no recitó las palabras.
— No. ¿Por qué piensas eso? –En respuesta, el joven se echó a reir.
— Ostía, menos mal. Me jodía pensar que mi vecino y yo nos tuviesemos que llevar bien. No hay motivo para que nos llevemos mal. ¿No? –hizo una pausa tan breve como innecesaria, dándole una palmadita amistosa en el brazo-. Ahora que nos hemos presentado déjame decirte que si necesitas cualquier cosa puedes picar a mi casa, entre vecinos tenemos que ayudarnos.
— Gracias, muy amable –dijo algo más cortado.
— Nada. Ya nos veremos, Pablo.

***

Habían pasado poco más de cincuenta minutos desde ese encuentro debajo de su casa. Pablo había llegado a su casa y saludado tanto a su mujer como a su hijo. Estaban cenando en el comedor cordialmente cuando alguien picó al timbre de la puerta.
— ¿Quién puede ser a esta hora?
— Será algún vecino –dedujo con indiferencia Pablo.

Andrea se mostro reticente a levantarse de la mesa, pero lo hizo. Llevaba puesta una camisa negra holgada con un buen escote, aunque escondido debajo del delantal amarillo. Dio unos pasos desde la mesa hasta la puerta que daba al recibidor y allí abrió la puerta sin mirar por la mirilla.
La cara de ella se transformó, aunque intentase aparentar normalidad.
— ¡Que aproveche, vecinos! –musitó con una sonrisa Sergio-. Hola, vecina. ¿Tienes sal? Es que nos hemos quedado sin.
— C… Claro.

Nadie lo invitó a pasar, por lo que se quedó esperando fuera mientras Andrea iba a la cocina por un tazón.
— Os debo una –aseguró con una sonrisita burlona. Llevaba la misma ropa con la que se había cruzado.
— Para nada, los vecinos están para ayudarse –gruñó entre dientes, evitando mirarle a los ojos.
— Muchas gracias, guapísima. Te queda muy bien ese delantal –dijo agarrando el tazón con ambas manos, al cual la dueña de la casa le había regalado una generosa porción.
— No hay de qué, aunque si es posible no piques a estas horas porque a veces estamos durmiendo.
— Entendido, perdona. ¡Que paséis una buena noche! Tú también, preciosa…

Andrea intentó sonreir amablemente antes de cerrar la puerta, el corazón le latía a mil. Al sentarse en la mesa, su marido le explicó lo que había pasado un rato atrás cuando se cruzó con él en la calle.
— ¿No te ha dicho nada más? Quiero decir. ¿Por qué pensaba que te pasaba algo con ellos?
— Ese viejo verde les habrá dicho algo…

Aquella situación no quitó que Sergio hubiese demostrado que podía llamarla guapa frente a su marido y que este no moviese siquiera un dedo.
El vastago de ambos siquiera abrió la boca, aunque se percató de aquel detalle. Todo transcurrió con normalidad hasta que marido y mujer se estiraron en la cama para prepararse para dormir.
— Cariño… -susurró Pablo, estirado de lado hacia el borde de la cama con su luz apagada. Andrea leía tranquilamente a su lado.
— ¿Umm?
— Habías hablado con alguno de los vecinos antes… -Andrea no contestó inmediatamente.
— ¿Por qué lo preguntas?
— Respóndeme, por favor.
— Pablo…
— Respóndeme.

Si bien titubeó a la hora de decirle la verdad, decidió que lo mejor era contar una parte parcial de esta e ignorar el resto.
— Sí.
— ¿Desde hace cuanto?
— Desde que escuchaban música… -la respuesta hizo a Pablo revolverse violentamente en la cama para encarar a su esposa, sentándose a su altura con la espalda en la pared. La mujer de cabello dorado dejó caer el motivo de su lectura sobre sus piernas.
— ¿Y no pensabas contármelo? –rugió en voz baja.
— ¿Cómo? ¿Con la tirria que les tenías? –esta vez fue el quien no contestó-. Prácticamente me lo prohibiste.
— ¡El cerdo del vecino te dijo guarradas cuando ibas conmigo! ¿¡Cómo has podido!?

La fémina se ruborizó al pensar que había hecho mucho más que decirle cosas sucias.
— No grites –le recordó-. No me parece para tanto… Solo hablé con el hijo mayor para que no m*****asen por la noche.
— ¿Solo eso? ¿Tú has visto como te miran?
— ¿Eso es lo que te m*****a? ¿No confias en mí? –preguntó herida, intentando no sentirse culpable por saber la razón que tenía su marido.
— ¡Son como hienas esperando a la menor oportunidad para comerte viva!
— Pablo…
— ¿Has oido lo que te ha dicho después de pedirte sal?

Eso indignó a la aludida debido al tinte hipócrita que desprendía en su acusación.
— ¿Has dicho algo tú cuando él me dijo eso? –le recriminaba cruzándose de brazos.
— Yo… No lo he hecho para evitar problemas.
— Yo también –se limitó a contestar.
— Si tú le hubieses dicho que no te llame guapa seguramente habría dejado de hacerlo.
— O lo haría más y peor. Solo me ha llamado guapa, Pablo. No dije nada por lo mismo que tú, porque era menos problemático callar.

El cambio de conversación demostró que el marido cedía la razón a su mujer, posicionado entre las cuerdas.
— ¿Hay algo más que no me hayas contado? ¿Has hablado más con ellos?
— Levemente.
— ¿Con cual de ellos?
— Con los dos hijos.
— ¿Me lo estás diciendo en serio? –preguntó fuera de quicio, celoso hasta los quistes.
— Son amigos de tu hijo.
— Y me entero ahora.
— Tu hijo se hizo amigo de ambos y hace una semana vinieron a jugar a su cuarto, pero nada más.

La mente de Pablo trabajaba a toda potencia, tratando de vincular el pantalón lleno de semen con el hecho de que su mujer hubiese estado hablando con los vecinos a sus espaldas. ¡Y habían estado en su casa!
— ¿Tienes claro que son unos cerdos, no?
— Como la mayoría de los hombres… Ni te imaginas las cosas que me dicen muchas veces cuando salgo a la calle –El intento de quitarle hierro a ese hecho fue bastante efectivo.
— Pero esos hombres no saben donde vives. No me hace ni puta gracia que unos camellos que están de ocupas en el piso de al lado se hablen contigo.
— ¿Estás celoso? Que novedad… Muy pocas veces te he sentido estarlo… -se burlaba, con una sonrisa complice, la esposa del informático-. Cariño, soy tuya. Que me deseen lo que quieran y que me llamen como les apetezca, estoy casada contigo y solo contigo.

Se inclinó a darle besos, y aunque al principio él no se movió, acabó aceptándolos. Lo que no sabía, es que saber todo eso lo iba a hacer tremendamente desgraciado: No sabía que había habido un incendio, aunque lo sospechaba. Solo quedaban las brasas, aunque de ellas dentro de muy poco, iba incendiarse todo de nuevo e iba a reducir la relación con su mujer a cenizas.
Saber que los ocupas de al lado deseaban a su mujer no quitaba el hecho de ser un marido cobarde que estaba a punto de perder, para siempre, a su mujer.

Continuará y finalizará en la parte 3

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