Mis comienzos

Mis comienzos
A mis diecinueve años me encontraba trabajando de comercial en una firma de cosméticos. Con 1,80 m. de altura, 65 kg. de peso y un cuerpo totalmente lampiño, mi figura, aún siendo más femenina que masculina, atraía por igual a hombres y mujeres de todas las edades, pero a mi sólo me atraían las mujeres.
Mi trabajo consistía en visitar peluquerías y perfumerías para vender bases de maquillaje, coloretes, delineadores de ojos y labios, barras de labios y todo tipo de productos para la belleza de la mujer. Me encantaba el olor de estos productos, y no tengo duda de que también me excitaba. El trato, además, era casi siempre con mujeres que solían ir maquilladas y vestidas de forma atractiva, no en vano todas se dedicaban a la imagen personal. Desde siempre me habían atraído las mujeres muy maquilladas, y me quedaba mirando al espejo cuando mi madre o mis tías se maquillaban para salir a tomar algo.
Con veinte años mi empresa convocó a los comerciales de toda España para una convención en Madrid durante una semana. Allí me di cuenta de que los únicos chicos éramos yo y otro, un joven de mi edad que vivía en Barcelona. El resto eran mujeres. Todas entre los veinte y los cincuenta, todas guapísimas y muy agradables. Y estaba Sonia, mi mejor compañera y una de las pocas a las que conocía, así que lo pasaría bien. Después del primer día de presentaciones, charlas y cursillos, a las seis de la tarde nos dieron tiempo libre hasta el día siguiente. Llamé a la habitación de Sonia, frente a la mía, pero no contestó nadie.
Fui a mi habitación y, para mi sorpresa, había una caja encima de la cama con el logotipo de mi empresa. La abrí y había un muestrario completo de todos nuestros productos. No se qué pasó por mi cabeza y por mi cuerpo, pero al darme cuenta de que estaba solo, con más de doce horas por delante, con un minibar cargado hasta arriba y con ese regalo, mi pene se puso duro como una roca pensando en aplicarme con sabiduría esos maravillosos productos. Me metí en el baño, me di una ducha caliente, me rasuré todo el cuerpo menos el largo pelo de la cabeza, unté todo mi cuerpo de crema hidratante y empecé a masturbarme lentamente imaginando cómo quedaría maquillado (o maquillada). En ese momento llamaron a la puerta y me sacaron de mi ensoñación.
– Servicio de habitaciones, señor.
– Disculpe, no he pedido nada.
– Es de parte de una compañera suya.
– Un segundo, le abro.
Me puse un albornoz del hotel y abrí la puerta. Un chico de mi edad aproximadamente me tendía una maleta de Louis Vuitton.
– Su compañera Sonia Pérez, de la habitación de enfrente, me ha pedido que le dejara esta maleta para que la cuide usted. Ha tenido que volver a su ciudad por un asunto familiar urgente y no volverá hasta dentro de tres días. Dice que confía en usted y que lo que hay aquí dentro no lo iba a necesitar, así que para qué iba a llevársela. Si no quiere dejarla aquí la puedo meter en un cuarto que tenemos detrás de la recepción.
– No, está bien. Me la quedo.
El corazón me latía fuerte cuando el chico cerró la puerta, mientras me miraba con cierta curiosidad. Miré la maleta. Me vi en el espejo y comprendí: me había puesto el albornoz dejando un amplio escote (aunque no tuviera tetas), y mi pelo mojado estaba recogido en una toalla con una especie de moño. Mi aspecto era muy femenino, de ahí debía venir la mirada curiosa del chico del hotel. Puse la maleta encima de la cama.
Volví al baño. Mi cuerpo estaba muy suave, gracias a la ducha y a mi constante ciudado de mi piel. La crema que me había puesto olía muy bien y me daba cierta sensación de calor. Gracias a mi trabajo sabía cómo maquillar perfectamente a cualquier mujer, y dado mi aspecto femenino, no me fue difícil hacerlo. Me puse una base que iba perfecta para mi todo de piel clarito, delineador de ojos, sombra de color oscuro, colorete y unos reflejos oscuros y claro para hacer mis rasgos más afilados. Por último pinté mis labios de un color rojo sangre. Me veía como toda una hembra. Mi respiración era agitada, nunca había hecho esto y me sentía como en el cielo. Empecé a poner poses femeninas mientras mi erección se abrió paso por mi albornoz, dejando ver un hermoso capullo que brillaba como un caramelo.
Tenía tabaco en mi ropa de hombre, y no quería dejar de sentir en mis labios el placer de fumar con los labios pintados, dejando la marca del carmín en la boquilla. Lo hice. La sensación fue increíble. El espejo me devolvía la imagen de una diva, una mujer fatal, maquilladísima y en albornoz, el tipo de mujer que me hubiera follado sin dudarlo. Mi erección era casi dolorosa, no podía dejar de masturbarme mientras fumaba mirándome al espejo, aunque lo hacía de forma muy lenta porque quería que la paja durase mucho. Ahí fue cuando caí en mi error. No tenía ropa de mujer, y hubiera dado lo que fuera por conseguirla, pero no podía salir así de la habitación. Mi pene estaba goteando. Salí del baño y mis ojos se clavaron en la maleta que estaba encima de la cama. Se me había olvidado ya toda la historia del botones y la maleta de mi compañera Sonia. Abrí la maleta entre suspiros.
Era como estar en el paraíso. Sonia, mi compañera de Santander, tenía exactamente las mismas medidas que yo, y su maleta contenía todo lo que el fetichista más depravado podía desear. Unos tacones de doce centímetros negros de charol, terminados en una punta larga y fina, sin plataforma. Eran un sueño. Además había dos conjuntos preciosos de lencería de encaje, uno negro y otro blanco, y dos vestidos ceñidos de satén, los dos negros, uno muy escotado y otro con la espalda descubierta. El resto eran braguitas de encaje, un tanga, medias de rejilla y lisas, ligueros y demás cositas, todo de color negro. Parecía que Sonia había viajado a Madrid con la intención de trabajar y quién sabe qué más. Sonó mi teléfono en ese momento. Mi pene seguía goteando mientras lo masajeaba dulcemente. Era Sonia.
– Hola Alex (es mi nombre), ¿cómo estás?
– Muy bien –le contesté mientras observaba en el espejo a la mujer en la que me había convertido jugando con los dedos del pie en uno de sus tacones.
– Perdona que le haya pedido al botones que te dejara la maleta, pero de toda la empresa sólo confío en ti.
– No te preocupes, Sonia, la cuidaré como si fuera mía, jejeje.
– Ay, pillín … si quieres, puedes usar todo lo que hay dentro, jejeje.
– Jajajajaja, ¿te imaginas?
– Hombre, habiéndote visto diría que te quedaría todo genial, jajajaja, si te maquillases con nuestros productos y te pusieras mi ropa podrías pasar por una mujer, una mujer muy atractiva, la verdad … un día te ayudo y lo probamos, ¿vale? Como un juego …
– Jajajajaja, qué graciosa eres, Sonia. Hay que ver las cosas que se te ocurren. En fin, que no te preocupes por tu maleta. Cuando vuelvas, vienes a mi habitación y la recoges. No hay problema.
– Qué lindo eres, Alex. Muchas gracias. Por cierto, ¿me puedes hacer un favor? Necesito lavar y plancha toda la ropa que hay en la maleta, la traía de otro viaje y viene todo sucio. ¿Podrías hablar con recepción para que pasen a buscarla y que te la lleven a ti cuando esté todo listo?
– Claro que sí, no te preocupes. Un beso, Sonia.
– Un beso, Alex.
Llamé a recepción.
– Buenas tardes, tengo una maleta llena de ropa para lavar y planchar, ¿cuánto tardarían en hacerlo?
– Con un par de horas es suficiente, señor.
– Muchas gracias, ya le llamaré entonces mañana o pasado para que pasen a recogerla.
Siete de la tarde. Una maleta llena de ropa fetichista. Una puta en el espejo. Empecé a vestirme mientras mi respiración entrecortada y mi corazón palpitante aumentaban mi erección. Elegí el vestido escotado, el conjunto de lencería negra y los tacones. Peiné mi pelo largo a un lado después de haber aplicado una gran cantidad de gel fijador de aspecto mojado. Me veía en el espejo y no me lo podía creer. Estaba buenísima. Fui a encender un cigarrillo, pero caí en un detalle. Me sentía muy femenina, pero necesitaba unas uñas largas y rojas para completar mi atuendo, así como algunos complementos. Por los complementos no hubo problema, tomé de la maleta de Sonia unos pendientes largos de perlas (yo tenía los agujeros hechos en las orejas debido a mi juventud punk y después emo), un collar de perlas largo, varios anillos y pulseras y un cinturón de cuero negro de charol, a juego con los tacones. Lo de las uñas fue más complicado. Había unas uñas postizas en mi caja de la empresa, y pegamento, pero nunca se las había puesto a nadie. Afortunadamente tenían un librito de instrucciones que seguí al pie de la letra, así que a las ocho de la tarde ya estaba completa. En el espejo, como una verdadera dama en celo, adornada por un pequeño bulto en la entrepierna, me miraba a través del humo de un cigarrillo la mujer de mis sueños: Alejandra.
CONTINUARÁ.